Semana Santa en la Abadía de Santa Escolástica

La celebración de los 50 años del Instituto Vocacional San José nos permite recordar con acción de gracias que desde 1969 hasta hoy, la Semana Santa en nuestra Abadía ha visto desfilar de manera ininterrumpida los distintos grupos de Seminaristas del Instituto, que año tras año han plasmado con su prístina entrega la celebración del misterio central de nuestra fe.

A los Seminaristas, que acaban de dar su primer sí en el seguimiento del Señor, la Comunidad Monástica les abre sus puertas ofreciéndoles el   ámbito más sagrado que posee: su Liturgia. Formadores y Seminaristas enriquecen a la Comunidad compartiendo este camino vocacional recién iniciado, que queda así como grabado en la alabanza y la oración de quienes hacen de su vida un canto a Dios por la Iglesia y por el mundo.

Esta feliz iniciativa la debemos al el P. Luis Martinoia, quien a instancias del P. Jorge Schoeffer, solicitó a la Madre Abadesa de entonces, M. Mectildis Santangelo, adentrar a los Seminaristas en el corazón del año litúrgico a través de una vivencia contemplativa del Misterio Pascual. Así los sucesivos Formadores, a saber, el P. Rubén O. Frassia, el P. Fernando Maletti, el P. Manuel Pascual, el P. Mario A. Poli, el P. Marcelo Pettinarolli, el P. Julián Antón y el P. Juan Pablo Ballesteros, continuando con la herencia recibida, han hecho posible hasta la actualidad este intercambio de fe y de mutuo enriquecimiento, aportando cada uno su propia identidad eclesial.

Ya durante los días previos a las celebraciones, los Formadores se preocupan por introducir a los Seminaristas recién ingresados no solo en la liturgia de las próximas celebraciones, sino también en “el misterio” de la Vida Monástica, acercándolos a la Abadía para enseñarles el lugar, su historia y sus costumbres, su arquitectura y simbología, así como también los libros litúrgicos y el canto gregoriano. Y dejan traslucir así su interés, su valoración y admiración por la Vida Monástica como un fruto de su propia fe y de su amor a la Iglesia, que van transmitiendo de generación en generación.

Así como el Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa, así también esta primera celebración litúrgica con la Comunidad Monástica es para los Seminaristas el pórtico de su nuevo lugar eclesial. Celebrar la Eucaristía, prolongando así el memorial del Señor, será para ellos la meta del camino que ahora comienzan. Y lo inician al abrirse de par en par las puertas de la galería contigua a la iglesia, desde donde avanzarán por el claustro hasta ingresar en el templo, al canto del “Ingrediente Domino” que dice: “Al entrar el Señor en la Ciudad Santa los niños hebreos anunciaban la resurrección de la vida y con palmas cantaban: Hosanna en el Cielo”. Vestidos de blanco y con ramas de olivo en sus manos, hoy son los Seminaristas quienes nos anuncian la resurrección de la vida, mientras ingresando juntos como Iglesia peregrina, prefiguramos el ingreso a la Patria celestial.

La celebración del Triduo Santo, en la cual se percibe una esmerada preparación tanto de las lecturas como de los cantos y de las rúbricas, es vivido en un clima de contemplación orante y de recogimiento, que comienza con la Misa de la Cena del Señor y encuentra su prolongación en el ágape que Formadores y Seminaristas comparten en la Hospedería Monástica. Día eucarístico y sacerdotal por excelencia, día de fiesta y alegría, es ocasión especial para las monjas de servir a Cristo en ellos “con la más obsequiosa caridad”. Y para los Seminaristas, momento de intimidad y singular comunión con sus Formadores, como lo fue para los Apóstoles y el Maestro la Última Cena. Esta jornada viene sellada con el rezo, en la Cripta y ante el Monumento, de la oración de Completas en común.

El Viernes Santo, en que la liturgia es más sobria y despojada, comulgamos hondamente en el silencio de este día y adoramos juntos la Santa Cruz por la que llegó la salvación al mundo entero, mientras cantamos los “Improperios”, que nos recuerdan la ingente desproporción entre la inmensidad del amor de Dios y nuestra pobre correspondencia. Finalmente nos encaminamos a la Montaña Santa para reavivar nuestra vocación de Pueblo de la alianza, y amanece la noche más clara que el día, la noche inmensamente feliz en que Cristo borró con su muerte el pecado de Adán y rompió para siempre los lazos de la muerte.

En efecto, en la Noche Santa de la Vigilia Pascual, la alegría de la Resurrección que los Seminaristas han pregustado ya en los fervorosos preparativos y en el ensayo del Pregón Pascual, hace su eclosión en la gran celebración de la madre de todas las vigilias, comenzando con la bendición del fuego nuevo. Esta vigilia, modelo y fuente de todas las vigilias que cotidianamente celebra la Comunidad Monástica, se convierte así en una peculiar experiencia pascual que nos hace vivir una comunión esencial en Cristo. La luz, la Palabra, el agua y el Pan, junto con la renovación de las promesas bautismales sellan para siempre en la fe ese vínculo eclesial entre la Comunidad Monástica y el Instituto Vocacional San José.

Año tras año, el Señor nos ha concedido la gracia de compartir esta experiencia de Iglesia con quienes un día serán ministros del Señor y administradores de sus misterios. Ellos, con la lozanía, la frescura y la esperanza propias de la juventud han dejado en nuestra casa la huella de su deseo de ser de Dios, de su sed de oración y de su generosa disponibilidad al llamado del Señor. El cirio pascual, encendido anualmente por cada grupo, es como un símbolo de su camino hacia el sacerdocio. Ese cirio no se apaga en el corazón de la Comunidad, que asume cada año la responsabilidad de custodiar desde la contemplación, esa luz encendida en la Noche Pascual, para hacerla resplandecer hasta que Cristo sea formado plenamente en ellos, y este astro luminoso guíe a quienes irán por el mundo entero como testigos de la resurrección.

La celebración de estos 50 años es una oportunidad que el Señor nos ofrece de expresar nuestra gratitud por todo lo que Él nos ha permitido compartir en la persona de cada uno de los Formadores y Seminaristas que han pasado por esta casa. Innumerables son los que hoy, siendo ya ministros del Señor, encienden la fe del Pueblo de Dios, esparcen la semilla de la Palabra y de la Redención adquirida por Cristo y conceden el perdón. Muchos están en camino y muchos otros llegarán para prepararse a ser obreros de la mies del Señor. En la Abadía de Santa Escolástica, en cada Vigilia Pascual, la Comunidad Monástica que ha renovado con cada grupo de Seminaristas ese esencial vínculo de fe, se queda velando junto al Señor, como las mujeres el día de Pascua, mientras acompaña el camino pascual de estos ministros de nuestra arquidiócesis, de cuyas manos un día recibiremos a Cristo, el Señor.

 

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