Reseña histórica de la casa

A mediados del siglo XIX las familias tradicionales de aquella época buscaban la sombra de los ombúes y la cercanía a la costa del río para pasar sus vacaciones y muchas elegían el paisaje de las barrancas de San Isidro para hacerlo. Este paisaje es parte de la formación topográfica que también podemos contemplar en el parque Lezama, la Recoleta, o las Barrancas de Belgrano: el ocaso de la llanura pampeana que se hunde en las aguas del Río de La Plata. La vista es inmejorable; se pierde en el horizonte de este río que parece no tener final.

Corría el año de 1867 cuando la familia Elortondo Anchorena, que poseía un extenso terreno sobre las barrancas de San Isidro, decidió edificar una casa de vacaciones en estas pintorescas tierras. Es así que con el entorno de esta geografía levantaron la que fue la primera casa en ese terreno. Era una construcción de una planta organizada alrededor del patio central, y con la galería mirando al río, con todas las remembranzas de la casa criolla-colonial. En el patio se entremezclaban los olores del jazmín con los del azahar y el naranjo y habitaban  el sonido alegre de las guitarras en noches de tertulia, y el susurro del grillo, en las húmedas noches de verano.

Con el paso de los años el gusto estético de los porteños se fue afrancesando. Otras muestras de arquitectura surgieron en estas latitudes y hacían parecer pobre esta casa solariega, en comparación con el lujo de aquellas otras. Por el año 1910 la familia Alvear había construido “Sans Soucì”, en las Barrancas de San Fernando, la misma topografía, pero ahora una casa de estilo neoclásico con jardines franceses que se volvió rápidamente lugar convocante de lo más granado de la sociedad porteña.

Por entonces, María Luisa Elortondo Anchorena, estaba casada con Don Otto Bemberg, aquel industrioso alemán precursor de la industria cervecera argentina y fundador de la cervecería Quilmes. El crecimiento de la familia y la vida social que desarrollaban requería una adaptación de la vieja casa. Fue así que en 1920 comenzaron a construir la planta superior sobre la casa original y dos imponentes torres en los dos extremos de la U que formaba la construcción. Entre dichas torres, inspiradas en lo mejor del neoclasicismo europeo, colocaron una reja artística para cerrar el patio. Remodelaron, además, los exteriores, dotando a todo el conjunto de un aspecto majestuoso, fácilmente divisable  para quien contemple su silueta desde el río.

La casa fue escenario y destino de numerosas personalidades de la época, atesorando el recuerdo de la Bèlle Epôque argentina. En el parque que rodea la casa pueden aún hoy contemplarse una combinación de especies autóctonas y europeas las que, por su singular ubicación y tamaño, le otorgan un raro privilegio en la zona norte.

La casa, por esas paradojas de la vida, contiene algunos muebles y cuadros que pertenecieron al palacio Sans Soucí (que también fue donado al Arzobispado de Buenos Aires), y se retiraron de allí antes de su venta.

En 1938 la generosidad del matrimonio Bemberg-Elortondo Anchorena hizo que decidieran destinar esta  propiedad a un fin más noble que el del descanso, donándola al Arzobispado con la condición de que sirviera para la formación de los futuros sacerdotes. La casa pasó entonces a funcionar como Pre-seminario a cargo de la Congregación de la Virgen Niña. Para su adaptación, los grandes dormitorios de la planta alta se convirtieron en camarillas comunes, donde se albergaban los tres o cuatro cursos de niños -de 9 a 12 años- que vivían durante todo el año lectivo. Del mismo modo, se construyó la Capilla en la planta baja y se fueron ampliando algunos espacios para las aulas, comedor, dormitorios de las hermanas, etc.

Finalmente en 1968, cuando se cerró el Pre–seminario y se abrió el Curso Introductorio, se realizó una nueva remodelación para preparar la casa a las nuevas exigencias y mejorar las condiciones de habitabilidad. En la planta alta, en el frente y  en las alas laterales, se construyeron tres grupos de pequeñas habitaciones individuales con carpintería liviana  y se adaptaron los tres baños respectivos. Pero los trabajos más significativos que se realizaron fueron los de reparación de mampostería y revoques externos e internos. En algunos puntos clave de la casa, principalmente en el interior (comedor, sala de estar, capilla), se descalzaron las mamposterías por tramos y se colocó material hidrófugo para frenar la humedad que subía por las paredes  deteriorándolas totalmente. Por otro lado se picaron todos los revoques exteriores del edificio, hasta dejar los ladrillos a la vista, y se volvió a reconstruirlos. En dicha tarea se  simplificaron muchas de las molduras y perfiles originales que tenía la casa y se pintó íntegramente el exterior. Esta tarea, que demandó dos años, se terminó en el año 1971. Estas refacciones hicieron posible la preservación de la propiedad en su entorno natural con todo su esplendor original. Como la mayoría de otras casas de este estilo fueron demolidas cuando se dividieron los terrenos por sucesiones, esta casa en su conjunto es una joya única del patrimonio suburbano, que merece realzarse y conservarse para generaciones futuras.