“La vida en comunidad es el ambiente natural y cotidiano donde se forman los seminaristas y posee una importancia decisiva debido a las posibilidades que ofrece para su maduración humana, cristiana y sacerdotal”

(Proyecto de Formación Arq. De Buenos Aires, 26)

El proyecto formativo

La totalidad del proceso formativo en el Seminario tiende a una formación integral y personalizada, en el marco institucional del bien común y de las normas objetivas establecidas. Ese proceso adquiere su fisonomía específica con “el acompañamiento vocacional de los futuros sacerdotes, y por tanto el discernimiento de la vocación, la ayuda para corresponder a ella y la preparación para recibir el Sacramento del Orden con las gracias y responsabilidades propias, por las que el sacerdote se configura con Jesucristo Cabeza y Pastor y se prepara y compromete para compartir su misión de salvación en la Iglesia y en el mundo.” (Para ingresar al documento completo del Proyecto Formativo de nuestro Seminario, click aquí)

Dimensiones de la formación

dimensiones

  • Dimensión humana
    El futuro sacerdote debe conocer en profundidad el corazón humano, intuir sus dificultades y problemas no solo para una madura realización de si mismo, sino, principalmente, en vistas al cuidado de la porción del Pueblo de Dios que se le encomendará. Las principales virtudes y valores humanos y cristianos son la base de esta formación humana, para que el futuro sacerdote sea amable, leal, correcto en formas y prudente al hablar, exhortar, etc. También se trabaja la capacidad de relación para que sea un factor de comunión en la Iglesia y no de desunión, como así también la afectividad y el celibato, como opción libre y donación por entero de uno mismo al servicio del pueblo de Dios.
  • Dimensión comunitaria
    En esta dimensión se quiere volver a tener la experiencia de la primera comunidad de los apóstoles junto a Jesús. Así los seminaristas comparten con sus pares y con los sacerdotes formadores una vida similar a la de la primera comunidad. Todo esto para fomentar la futura fraternidad presbiteral. También el dialogo, el compartir experiencias personales, hace crecer en experiencia de vida y en la maduración personal de cada seminarista.
  • Dimensión espiritual
    “Nos has hecho para ti y nuestro corazón esta inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín). Este deseo de Dios que late en cada corazón es un ámbito para trabajar en el seminarista. La formación espiritual debe formar integralmente al seminarista pues constituye el centro vital que unifica y vivifica el ejercicio del ministerio sacerdotal. Esta formación tiene en miras a que el seminarista viva en un trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo, Jesucristo, y en el Espíritu Santo. Para ello el director espiritual lo ayuda a caminar en la senda del conocimiento de Jesucristo para que progresivamente se configure con Él.
  • Dimensión intelectual
    Uno de los oficios del Pastor es el de ser profeta. Por medio de la formación intelectual el seminarista se prepara para la labor de enseñanza que tendrá una vez ordenado. Mas que nunca hoy en día, en donde se vive en un clima de indiferentismo religioso, el futuro sacerdote debe estar preparado intelectualmente para dialogar con el mundo. Que tenga como base la fe, pero una fe en dialogo con la razón. Los seminaristas concurren diariamente a clases en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, la cual tiene sus dependencias dentro del mismo seminario. Allí estudian junto con otros seminaristas, consagrados y laicos, en un clima familiar que expresa y nutre la experiencia de ser Iglesia.
  • Dimensión pastoral
    El seminarista se forma para que con toda su vida pueda comunicar la caridad del mismo Cristo, que es el Buen Pastor. En el proceso formativo se pone mucho énfasis en esta configuración para que el futuro sacerdote sea un pastor entregado y solicito para con la porción de rebaño que se le encomendará. Mas toda la formación pastoral, debe estar encaminada a que el seminarista pueda, en medio del trabajo con el pueblo de Dios, tener una comunión mas profunda con Jesús, Buen Pastor, y que pueda de esa experiencia hacer una continua fuente de oración y acción de gracias a Dios. Por eso, Cada fin de semana, cada seminarista es enviado a una Parroquia en la cual trabaja junto a los sacerdotes de ella. Así mismo, lo hace a través de las distintas Obras de Misericordia en hospitales, geriátricos, orfelinatos, cárceles, y el Acompañamiento en los cementerios de la Capital Federal.

Etapas de la formación

etapas

  • Curso Introductorio
    El Curso Introductorio o Propedéutico está constituido por los jóvenes que comienzan su formación hacia el sacerdocio, en el Instituto Vocacional San José. Su duración es de un año lectivo. Consiste en un período especial destinado a considerar “la grandeza y naturaleza de la vocación sacerdotal y las obligaciones a ella inherentes, para que los candidatos se entreguen a una madurada deliberación, por medio de una reflexión más cuidadosa y una más intensa oración”.
    El objetivo de este año es iniciar, desde el Seminario, el discernimiento, primer acompañamiento e iluminación de la vocación al sacerdocio ministerial, para ir modelando el corazón del pastor. Esto se realiza mediante la iniciación en las cinco dimensiones de la formación, con especial referencia a las dimensiones humana, comunitaria y espiritual, y en un clima religioso, donde cada uno pueda tener una fuerte experiencia de Dios. La identidad propia de esta etapa es la disponibilidad del hombre llamado por Dios a seguir a Cristo en el ministerio sacerdotal.

El eje bíblico de esta etapa puede sintetizarse en la frase del Señor:

“Ven y sígueme”(Mt.19,21).

 

  • Primera etapa: previa a la Admisión

Pertenecen a esta etapa los seminaristas de los primeros tres años del seminario de Villa Devoto, una vez concluida la etapa propedéutica. Coincide con los dos primeros años de los estudios teológicos (con predominio de los estudios filosóficos), y el Año de Residencia en Parroquia. Durante este último año los seminaristas interrumpen sus estudios y residen toda la semana en una parroquia, encomendados a un párroco co-formador y bajo la supervisión del superior.

El objetivo de esta etapa es afianzar:
-la opción vocacional, verificándola e internalizándola en orden a la Admisión;
-un desarrollo humano y cristiano básico y estable.
Respecto al objetivo enunciado, la verificación e internalización de la opción vocacional exige que el seminarista mire de frente la opción que ya ha hecho y la profundice desde motivaciones rectas y firmes, objetivables a través de claros signos vocacionales.
Para afianzar el desarrollo humano y cristiano básico y estable el seminarista debe madurar en el ejercicio de su propia libertad y responsabilidad (autoformación), siendo dócil a la voluntad de Dios en lo cotidiano.
La identidad propia a desarrollar en esta etapa es la del hombre consagrado.

El eje bíblico que puede sintetizar esta etapa es la frase del Señor:

“Dejándolo todo, lo siguieron” (Lc.5,11).

 

  • Segunda etapa: Admisión y ministerio del Lector

Pertenecen a esta etapa los seminaristas de tercer y cuarto año de estudios eclesiásticos. Es una etapa caracterizada por los estudios teológicos.
El objetivo de esta etapa es integrar las distintas dimensiones de la formación, en torno a la persona de Cristo Palabra.
En referencia a este objetivo, se trata de que el seminarista aprenda a leer, escuchar, celebrar y transmitir la Palabra de Dios, desde los distintos lugares teológicos, es decir, la Sagrada Escritura, la Liturgia, la vida de la Iglesia, la Teología, la propia historia personal, etc. Esta etapa se caracteriza por: la Admisión a las Órdenes, el Ministerio del lector, la primera consolidación de la identidad ministerial y la inserción mayor en la Iglesia Arquidiocesana, en un marco de cambios.
La identidad propia a desarrollar en esta etapa es la del hombre enviado.

La Admisión a las Sagradas Órdenes es el paso más importante en el proceso de la formación. Constituye, de parte de la Iglesia, el reconocimiento público de la objetividad de los signos vocacionales del seminarista, ante su libre y responsable petición. Al ser admitido por el Obispo, se constituye así, en candidato cierto al Orden Sagrado.
El Ministerio del Lector, conferido también en esta etapa, configura al seminarista como el hombre de la Palabra de Dios, en consonancia con la actitud contemplativa y profética propia del hombre enviado. Tal ministerio implica una especial cercanía y familiaridad con la Palabra de Dios, para poder transmitirla con fidelidad. Junto con el ministerio, el seminarista recibe su primer envío a una comunidad bajo la guía de un párroco, y, en algunos casos, también a otro destino pastoral (como por ejemplo: hospital, instituto de minoridad, colegio, pastoral vocacional, M.C.S., etc.), iniciando una etapa más apostólica.

El eje bíblico que puede sintetizar esta etapa es la frase evangélica:

“En tu Palabra echaré las redes” (Lc.5,5).

 

  • Tercera etapa: ministerio del Acólito

Pertenecen a esta etapa los seminaristas de los dos últimos años del sexenio filosófico-teológico y aquellos que, habiéndolo concluido, continúan su formación sacerdotal.
El objetivo de esta etapa es consolidar:
-la capacidad de entrega y comunión eclesial, propia de quien es llamado al sacerdocio ministerial;
-el auténtico estilo de vida del presbítero del clero diocesano;
-el discernimiento final de la vocación sacerdotal y de los carismas personales;
-la disponibilidad para la formación permanente.
La identidad propia a desarrollar en esta etapa es la del hombre oblativo.
Esta etapa se caracteriza por el Ministerio del acólito, la paulatina transición entre el estilo de vida del Seminario y el propio de la vida ministerial; y la maduración en orden a la vivencia de la caridad pastoral.
El Ministerio del acólito, conferido en esta etapa, crea un especial vínculo con la Eucaristía, en consonancia con la actitud oblativa, expresada en la disponibilidad y el sacrificio. Tal ministerio exige del seminarista: una especial cercanía, respeto y devoción por Jesús Sacramentado, del cual se convierte en ministro extraordinario; la formación de los fieles en los ministerios litúrgicos; y el servicio a los más pobres, débiles y sufrientes. El seminarista recibe un nuevo envío a una comunidad bajo la guía de otro párroco. También es posible un envío a algún ámbito de pastoral específica (hospital, universitarios, seminario catequístico, minoridad, adictos, M.C.S., etc.).
Durante esta etapa se lleva a cabo un Tiempo de Experiencia en Parroquia (T.E.P.)
En esta experiencia el seminarista se encuentra encomendado a un párroco co-formador y bajo la supervisión del superior. Al final de la misma ambos evalúan, con el seminarista, los objetivos propuestos.

El eje bíblico que puede sintetizar esta etapa es la frase del Señor:

“Denles de comer ustedes mismos” (Lc.9,13).

 

  • Diaconado

Pertenecen a esta etapa los candidatos que, luego de concluir sus estudios filosófico-teológicos, han recibido la ordenación diaconal junto con el correspondiente envío canónico a un destino pastoral.
El objetivo de esta etapa es ejercer el ministerio diaconal, en su triple dimensión de ministerio de la Liturgia, de la Palabra y de la Caridad, desde la configuracion con Cristo Siervo y Pastor, y como preparación próxima para el ministerio presbiteral.
Por tanto, la identidad propia es la del servidor, a imagen de Cristo.
Esta etapa se verifica en el ejercicio del Ministerio del diácono, vivido desde  la nueva condición de ministro ordenado, en los aspectos de conducción y servicio pastoral, y en comunión con el Obispo y el Presbiterio. En el despliegue del sacramento recibido, se inicia el proceso de la formación permanente, “entendida como opción consciente y libre”

El eje bíblico de esta etapa puede sintetizarse en la exhortación evangélica:

“El que quiera ser grande que se haga servidor” (Mt. 20,26).