DSCN2280 2En el Seminario llevamos un estilo de vida concreto que es la de entrar en comunión entre nosotros y con Jesús. En el seminario vivimos, somos formados y aprendemos a vivir una vida de acuerdo a las enseñanzas de un Maestro, Jesús. Tenemos un mar en frente que es gigante, pero para qué meternos en eso, si desde acá la vista es increíble también. La orilla es cómoda, es tranquila, la arena tiene siempre el mismo color. La orilla es calma, la conocemos de memoria, es lo más cómodo que tenemos. La orilla es tierra firme, es seguridad, ahí tenemos todo bajo control. Desde acá vemos el mundo, vemos el horizonte. Desde la orilla podemos soñar, podemos proyectar e imaginar. Pero solo saliendo de la orilla vamos a lograr trascender.

Nuestra formación es la de ser discípulo. El discípulo seguía al Maestro durante toda su vida y aprendía de él, no solo de sus enseñanzas sino de su forma de vida.

Nuestro día comienza con lo más importante de nuestra fe que es celebrando la Misa, toda la comunidad reunida en torno a Jesús y rezando el oficio religioso de las Laudes.

Pasado el desayuno, durante la mañana concurrimos diariamente a clases en la facultad de Teologia de la Universidad Catolica Argentina. Esta dimensión intelectual es uno de los puntos mas importante de nuestra formación ya que el seminarista se prepara para la labor de enseñanza que tendrá una vez ordenado. Allí estudiamos junto con otros seminaristas, consagrados y laicos, en un clima que expresa y nutre la experiencia de ser Iglesia.

Por la tarde se prestan diversos hechos que nos forman en la dimensión comunitaria. En esta dimensión se quiere tener la experiencia de la primera comunidad de los apóstoles junto a Jesús. Aquí no solo compartimos la mesa y el alimento. Sino también equipos de trabajo en donde los seminaristas se ocupan por ejemplo del mantenimiento del Jardín, de la Biblioteca, de pintar el edificio como también darle lugar al deporte para tener un momento de recreación y diversión.

Durante la jornada, por la tarde, los seminaristas se ocupan de mantener limpia y ordenada la comunidad y sus cuartos para cuidar nuestra casa común.

Por otra parte, durante el día, se da lugar a la dimensión espiritual. Este deseo de Dios que late en nuestros corazones es un ámbito para trabajar y crecer en el día a día del seminarista. La formación espiritual debe formar integralmente al seminarista pues constituye el centro vital que unifica y vivifica el ejercicio del ministerio sacerdotal. Esta formación tiene en miras a que el seminarista viva en un trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo, Jesucristo, y en el Espíritu Santo. Para ello el director espiritual lo ayuda a caminar en la senda del conocimiento de Jesucristo para que progresivamente se configure con Él.

Nuestra formación tiene un centro radical que es la dimensión humana. El futuro sacerdote debe conocer en profundidad el corazón humano, intuir sus dificultades y problemas no solo para una madura realización de si mismo, sino, principalmente, en vistas al cuidado de la porción del Pueblo de Dios que se le encomendará. Las principales virtudes y valores humanos y cristianos son la base de esta formación humana, para que el futuro sacerdote sea amable, leal, correcto en formas y prudente al hablar, exhortar, etc. También se trabaja la capacidad de relación para que sea un factor de comunión en la Iglesia y no de desunión, como así también la afectividad y el celibato, como opción libre y donación por entero de uno mismo al servicio del pueblo de Dios.